En la actualidad se calcula que hay más de 3.500 millones de personas en el mundo que viven en regiones donde escasea el agua. Se prevé que esta cifra aumente a 5.000 millones de aquí al año 2050, dado que el cambio climático propicia la aparición de fenómenos extremos como las inundaciones y las sequías. De este modo, más de la mitad de la población del planeta experimentará en carne propia las repercusiones de la pugna por el agua.
Los informes más recientes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) confirman estas tendencias alarmantes y subrayan el impacto del cambio climático en los ecosistemas terrestres, las infraestructuras hidraúlicas, la producción de alimentos y los núcleos urbanos. Algunas regiones y subregiones merecen una atención especial pues se estima, por ejemplo, que la cuenca del Mediterráneo sufrirá las consecuencias más devastadoras, junto a los pequeños Estados insulares y algunas zonas del continente africano. Estas áreas no solo son especialmente vulnerables a los efectos del cambio climático y a la escasez de agua, sino también a unos desafíos económicos sin precedentes en la historia de la humanidad.
Las comunidades que ya sufren escasez de agua deben prepararse para hacer frente a unas consecuencias a corto plazo cada vez más devastadoras
La franja mediterránea es la zona de mayor escasez de agua del mundo y los países árabes son los más afectados. El cambio climático exacerba los estragos de las precipitaciones, exiguas ya de por sí, en estas zonas áridas o semiáridas. Además, el crecimiento demográfico, que incluye los flujos migratorios de las poblaciones rurales a las urbanas, aumenta aún más la demanda de recursos hídricos. Las comunidades que ya sufren escasez de agua deben prepararse para hacer frente a unas consecuencias a corto plazo cada vez más devastadoras.
Por otra parte, la escasez de agua también obedece a factores estructurales e institucionales como son la mala gestión y la falta de políticas sostenibles en este ámbito. Hace mucho tiempo que la gestión del agua ocupa un lugar destacado en el discurso y la praxis de las ONG y las organizaciones internacionales que contribuyen activamente a la cooperación al desarrollo. Este hecho refleja la importancia histórica del sector agrícola en la transformación política, económica, medioambiental y tecnológica, y el papel decisivo que los recursos hídricos desempeñan en este sector.
Desde la década de 1950, la gestión del agua se ha abordado desde planteamientos tecnocráticos como la construcción de embalses y la autosuficiencia alimentaria a nivel nacional. Estas estrategias se consideran soluciones concretas al problema de la escasez de agua, y esto no solo ha supuesto la expansión de unos modelos específicos de producción agrícola, sino que también ha consolidado las disparidades e injusticias en el acceso y el uso de estos recursos. Si prevalecen los actuales modelos de gestión de los recursos hídricos y aumentan la demanda y las políticas insostenibles, ya no habrá agua suficiente para todos en la cuenca mediterránea.
¿Guerras por el agua?
Llevamos desde la década de los noventa escuchando hablar de las inminentes “guerras por el agua” o de que el agua se convertirá en el “petróleo del siglo XXI”. Butros Butros-Ghali, el secretario general de la ONU durante el periodo 1992-1996, dijo en una ocasión que “la próxima guerra que se libre en Oriente Medio será por el agua, no por cuestiones políticas”. El rey Hussein de Jordania señaló precisamente que el agua era el único motivo que podía llevar a su país a una guerra con Israel.
A menudo, los medios de comunicación apuntan a la escasez de agua como la principal causa de conflictos bélicos en las regiones semiáridas como Oriente Medio y advierten que este tipo de enfrentamientos también podrían darse en la región mediterránea. De acuerdo con esta línea argumental, el agua es un asunto de seguridad nacional. Ante una demanda superior a la oferta, la competencia por los recursos hídricos transfronterizos se convierte en un posible desencadenante de conflictos armados.
Este tipo de narrativa plantea un vínculo determinista entre la escasez de agua y el crecimiento de la población. Hace más de dos siglos, Thomas Malthus sostenía que la producción de alimentos no sería suficiente para satisfacer las necesidades de una población cada vez mayor, lo cual desembocaría en hambruna y muertes. Hoy en día, los neomalthusianos auguran una inevitable guerra por el agua como consecuencia de la amenaza que supone el cambio climático.
Existe una correlación más marcada entre conflicto y subdesarrollo que entre conflicto y escasez de agua
Se olvidan de que todos los recursos naturales son finitos y, por ende, limitados por definición. En el año 1972, el Club de Roma puso de relieve la escasez absoluta y los límites medioambientales para el crecimiento. Según los autores del informe que publicaron, la Tierra dispone de unos recursos físicos finitos para satisfacer las necesidades de la humanidad. Si se sobrepasan esos límites, el sistema mundial se desmorona.
El informe Los límites del crecimiento destacaba la necesidad de reducir la demanda y el consumo, una necesidad más importante que nunca en esta sociedad regida por la abundancia y la incesante creación de nuevas necesidades. El Antropoceno y los límites planetarios, conceptos más recientes, también provienen de la creencia de que el crecimiento exponencial y la propia actividad humana están ejerciendo una presión cada vez mayor sobre el ecosistema de la Tierra y de que esto podría provocar unos efectos irreversibles sobre el clima y el medio ambiente que, a su vez, acarrearía unas consecuencias catastróficas.
Sin embargo, hay científicos que consideran que el discurso de las guerras por el agua es una hipérbole sin fundamento y señalan que las pruebas empíricas que relacionan la escasez de agua con los conflictos armados entre Estados no son claras. Recalcan que la teoría de las “guerras por el agua” ha derivado en conclusiones engañosas basadas más en especulaciones que en análisis fiables. Por ejemplo, Tony Allan ha desarrollado el concepto de “agua virtual” para cuantificar el agua necesaria para producir cualquier bien o servicio, empezando por los alimentos. Según este modelo, la importación de un kilogramo de cereales implica importar la cantidad correspondiente de agua que se ha utilizado en su producción. Allan recurre al concepto de comercio de agua virtual para explicar por qué no ha habido guerras por el agua en Oriente Medio. En otras palabras: la seguridad alimentaria no tiene por qué ser sinónimo de autosuficiencia alimentaria.
Además, varios investigadores del Instituto Internacional para la Investigación de la Paz han demostrado que el discurso de las guerras por el agua carece de base empírica y no tiene en cuenta otras variables. Por ejemplo, en el caso del conflicto del río Senegal, la etnia y la clase social fueron factores más importantes que los recursos naturales. En varios países de Oriente Medio el principal motivo de conflicto es la pobreza generalizada y no la escasez de agua, lo que apunta a que existe una correlación más marcada entre conflicto y subdesarrollo que entre conflicto y escasez de agua (o de recursos naturales en un sentido más amplio).
En Cisjordania la escasez de agua es una cuestión de discriminación estructural contra la población palestina y de acceso privilegiado para los asentamientos ilegales israelíes
Según algunas voces del mundo académico, es posible también que la escasez de agua presente una oportunidad para la paz. Aaron Wolf ha analizado las interacciones hídricas transfronterizas de los últimos cincuenta años y ha constatado muchos casos de cooperación, pero no ha registrado ninguna guerra por el agua. La literatura crítica más reciente sobre hidropolítica sostiene que la cooperación no siempre es positiva: los tratados pueden codificar un statu quo asimétrico y convertirse a su vez en un motivo de conflicto. Los matices del conflicto y la cooperación son variables y según las críticas al modelo de cooperación, existen diversos grados de ambos.
La literatura sobre la política de la escasez rebate el neomalthusianismo y sus premisas mediante el análisis de cómo se conceptualiza la escasez. Destaca que la escasez de agua se utiliza a menudo para respaldar las agendas políticas estatales y que los proyectos a gran escala como las presas acentúan las asimetrías de poder en la gestión del agua y silencian el debate sobre soluciones alternativas a su escasez. Sus detractores afirman que las soluciones de ingeniería basadas en el mercado omiten la cuestión de quién tiene acceso a un volumen determinado de agua y por qué. En Cisjordania, por ejemplo, la escasez de agua es una cuestión de discriminación estructural contra la población palestina y de acceso privilegiado para los asentamientos ilegales israelíes. Algo parecido sucede en la India, donde se niega el acceso a algunos pozos a las mujeres de castas inferiores. En la Sudáfrica de la época del apartheid, las desigualdades originadas por las políticas discriminatorias se extendieron al ámbito del agua.
Por consiguiente, las críticas al paradigma de la escasez de agua ponen especial atención en quién se beneficia en primera instancia de las soluciones convencionales y quién queda al margen. Argumentan que quienes más se benefician de estas soluciones son los intereses privados y la clase dominante, mientras que las clases pobres quedan aún más marginadas ante la ausencia de mecanismos redistributivos. Plantean que las soluciones deberían implicar el desmantelamiento de las barreras institucionales que provocan discriminación y desigualdad. De esta forma, Lyla Mehta defiende que la escasez es un indicador de una crisis de relaciones de poder desiguales y que las crisis hídricas “también han de entenderse como crisis de acceso y control sesgados sobre un recurso finito”. Es más, la escasez como marco hegemónico se nos presenta como un fenómeno singular. Esto se traduce en un planteamiento que no tiene en cuenta las diferencias regionales o las variaciones cíclicas a lo largo del tiempo. Esta crítica incide en la necesidad de investigar los problemas de acceso y equidad en lugar de limitarse a estudiar las cantidades y el equilibrio entre la oferta y la demanda.
La diplomacia del agua
La escasez de recursos naturales se debe tanto a las interacciones humanas y las decisiones políticas como a las limitaciones intrínsecas de los mismos recursos. La escasez no solo depende de la masa y la disponibilidad de los recursos naturales, sino también del acceso individual a los mismos, que viene determinado por la economía política, los acuerdos institucionales y la gestión a escala regional. Estos acuerdos condicionan la actuación de las instituciones oficiales y extraoficiales a la hora de paliar la escasez. Las soluciones suelen consistir en añadir más recursos hídricos al sistema mediante la construcción de nuevas infraestructuras de suministro, sin antes analizar la ecología o la socioeconomía de la región ni el suministro y las infraestructuras ya existentes.
El resultado de todo ello es que, si bien el suministro global hídrico del sistema puede aumentar, el acceso a este no hace sino replicar las condiciones existentes y no logra garantizar una distribución más adecuada y equitativa de este recurso entre la población. De ahí que las políticas de la cuenca mediterránea deban basarse en soluciones sostenibles, una mejor gestión y una distribución más justa de los recursos hídricos entre los países y sus poblaciones.
A nivel regional, la adopción de prácticas de “diplomacia hídrica” sería útil a fin de atenuar las posibles relaciones conflictivas entre los países que comparten recursos hídricos transfronterizos, como el río Nilo, el Tigris y el Éufrates, y el Jordán. La naturaleza compartida de los recursos hídricos transfronterizos puede originar tensiones sobre su uso y distribución, lo que a su vez puede repercutir de forma negativa en las relaciones y la cooperación entre Estados. La mayoría de los sistemas de agua dulce atraviesan fronteras jurisdiccionales y en el mundo hay 153 países que comparten ríos, lagos y acuíferos transfronterizos. Por lo tanto, es imprescindible disponer de una gestión coordinada y sostenible de estos recursos a través de la diplomacia del agua.
El concepto de diplomacia del agua surgió a principios de la década de 1990. No está tan orientado hacia el aspecto técnico de la gobernanza del agua, sino que se centra más en sus aspectos políticos y sus implicaciones para la seguridad, la paz y la estabilidad. La diplomacia del agua congrega a los gobiernos con el propósito principal de tratar los beneficios y servicios derivados del uso del agua, sin hacer tanto hincapié en la asignación real de los recursos. De este modo, aunque a un país se le asigne más agua, otro puede recibir a cambio más energía hidroeléctrica o una mayor producción de alimentos. Este tipo de diplomacia puede revestir una amplia gama de aplicaciones y conducir a la cooperación regional, la paz y la estabilidad. Su eficacia depende de cinco elementos clave: la existencia de datos consensuados, una estructura de gobernanza eficaz, planteamientos participativos e integradores, el apoyo de terceras partes y las preocupaciones ecológicas.
Un buen entendimiento mutuo de los datos garantiza que todos los acuerdos y tratados se fundamenten en pruebas precisas y sólidas. Unas estructuras de gobernanza eficaces establecen los canales de comunicación necesarios entre los Estados ribereños para la implementación y el mantenimiento colectivos de los acuerdos. Los enfoques participativos e integradores y la implicación de las partes interesadas propician la adopción de acuerdos que respondan a las necesidades locales y se beneficien de la participación local. El apoyo de terceras partes puede facilitar el diálogo, el desarrollo de capacidades y la labor de seguimiento, lo que permite a los Estados ribereños maximizar los beneficios comunes. Por último, atender los factores ecológicos vela por la sostenibilidad de la gestión del agua y puede redundar en resultados beneficiosos para todas las partes.
En lo que respecta a los recursos hídricos, es necesario aplicar políticas públicas que aborden las crecientes dificultades a la vez que tratan de garantizar una distribución equitativa
En lo que respecta a los recursos hídricos, es necesario aplicar políticas públicas que aborden las crecientes dificultades a la vez que tratan de garantizar una distribución equitativa. En lugar de recurrir a proyectos puramente técnicos, como la construcción de presas, es preciso adoptar un enfoque creativo que sea capaz de hacer frente al aumento de la demanda de agua por parte de diversos sectores y subregiones. Debemos entablar nuevos debates sobre la escasez de agua con el fin de avivar una reflexión sobre los métodos de gestión del agua en unas circunstancias que son cada vez más precarias.
Para poder adoptar nuevos enfoques sobre la escasez de agua en el Mediterráneo hay que sopesar los pros y los contras de cualquier método destinado a garantizar la seguridad alimentaria, ya que el sector agrícola es el que más agua consume en la mayoría de los países de la región. Y todo esto tendrá consecuencias sobre el desarrollo rural. Habrá que crear nuevos puestos de trabajo al mismo tiempo que se garantiza la importación de alimentos seguros y estables. La complejidad de este desafío exige un cambio completo de paradigma, no sólo para garantizar la seguridad del agua, sino también para prevenir conflictos en muchos otros terrenos.